miércoles, 13 de agosto de 2008

Espejo

La tierra se desplaza lentamente bajo sus pies y bajo su mirada cargando sobre sus anchurosas espaldas el ojo de la divinidad, moribunda o tal vez inexistente pero siempre vigilante, y tal vez, mientras más muerta se torne más peligrosa, como una boca gigantesca con sus encías rosadas y sus enormes colmillos protegiéndolo de la negra espesura inmemorial de esa fosa en cuyo fondo no se encuentra otra cosa que un espejo, retraído hasta la deformidad de lo cavernoso, el olvido.

Pero ya descansa suavemente en ligeros (oscuros) silencios ininterrumpidos que con igual suavidad lo guían de nuevo a otro comienzo, y canta con la voz de un piano. Y habla de lo que él era cuando aún no era. Como es videntemente visible, es hablante hablado, múltiplemente hablante y múltiplemente hablado. Situación múltiplemente confusa e irritante, la de un ser que no devendrá lo que él habrá sido más que hablando de ello.

La mirada fija en el espejo lentamente se desenvuelve en lineas y colores vivos, encubiertos brevemente por una absoluta obscuridad y emergiendo de nuevo. El espejo devuelve la mirada como un ser tan extraño que se asemeja a Dios y con su mismo mutismo responde siempre a sus preguntas, y con su misma inconsistencia ontológica se sustrae de todo contacto ¡imposibilidad! y te abandona tan pronto cedes la mirada a... algo más allá... si es que todavía existe. Y te mira siempre desde los ojos de todos y cada uno pues es verdad lo que se dice, que los ojos son el espejo del alma, esa pausa ininterrumpida.

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