martes, 12 de junio de 2007

Schreber Jr.

Hace rato soñaba que era intercambiado: desde mi nombre hasta las partes de mi cuerpo iban siendo remplazadas por fragmentos de otras personas o incluso de cosas. Mis brazos eran las palabras de un libro, yo las leía y conforme lo hacía estas actuaban aquello que narraban. Era un poco maravilloso, sobre todo al principio cuando lo que leía era inesperado, pero conforme avanzaba la historia me daba cuenta que todo esto no iba a terminar nada bien.

Por desgracia no podía dejar de leer pues mis ojos fueron intercambiados por los de un erudito, ese extraño ser que sólo lee y acumula la información de las ideas. Nada más.

La historia narraba que mi pecho, convertido en una gigantesca boca devoraba incesantemente aparatos electrodomésticos, y para aumentar mi desgracias uno de mis pies era un tostador con alas (como los de windows) y el otro una licuadora mabe. Se hablaba también de una cierta ama de casa que corría desesperada a rescatar la licuadora, sin embargo sólo saltó dentro de la gigantesca boca y no volvió a saberse de ella.

Mi boca, seguramente influenciada por los ojos de erudito comenzó a morder mis manos, como si quisiera apropiarse de toda la información que contenían para no olvidarla jamás. Claro está, eso era lo que narraba la historia misma de la que no podía despegar siquiera un centímetro de mi atención, lo cual, de hecho ,evitaba que sintiera dolor alguno. Les letras seguían fluyendo de mis brazos: una tras otra, palabra por palabra , ¡era una historia interminable!

Después de devorar muchas de las partes de mi cuerpo, al cual yo ya era incapaz de extrañar, y después de eructar la peluca del ama de casa y algunas otras de sus pertenencias que resultaron indigeribles, se leía en esta historia que la gigantesca cavidad que habitaba mi torso continuaría por alimentarse del universo entero, hasta que ya nada quedara fuera de ella.


Ustedes podrán imaginarse el terror que debí haber sentido, pero a decir verdad, cuando supe que el universo entero terminaría por desaparecer dentro de mí, supe (quizá porque también estaba escrito) que yo ya no podía sentir miedo alguno.

Desperté en ese instante, escuchaba anuncios de radio en un pesero y algún exdrogadicto hablaba sobre su vida. Vi que mi parada estaba cerca, me levanté y crucé por el pequeño mar de gente, bajé y me conecté en el cybercafé más cercano.

Hace rato regresé a mi casa y escribí esto.


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